Sigo encontrando fotos de mascotas en ese cajón... pero no creo que Dianu tenga tanto éxito como tuvo el Tito... ¿por qué? Este es un post in memoriam...
Siento un cariño especial por los animales, más por los perros, que son mi debilidad. Diana III era una ovejero alemán de 8 años, que había vivido toda su vida con nosotros. Aprendí a quererla con ese cariño especial que guardamos los hijos únicos que pasamos mucho tiempo solos.
Fue una tarde de domingo en que supe que ya no la vería más. Pidió entrar a la casa, y cumplimentó su rutina favorita: pasó por la cocina y saludó a mamá, fue al dormitorio matrimonial para recostarse unos segundos junto a papá, y se sentó pacientemente a la puerta de mi habitación. Cuando salí, nos sentamos juntitas en el sillón. Me dejó abrazarla, mirarla a los ojos con lágrimas en los míos, y finalmente pidió salir. No llegó a ver la luz del sol del día lunes.
Su enfermedad fue rápida y repentina: en una semana, ya la habíamos perdido. Si bien no nos dimos cuenta, ella sí presintió sus últimos momentos, y fue por eso que quiso compartirlos con nosotros. Sabía que la recordaríamos toda la vida. Quizá haya sido por la costumbre de vernos, de pedir entrar, ya que hay quienes afirman que los animales no sienten. Pero esas personas nunca sintieron el cariño emanando de los ojos de Diana, esa tarde de domingo, sobre un sillón gris.
Siento un cariño especial por los animales, más por los perros, que son mi debilidad. Diana III era una ovejero alemán de 8 años, que había vivido toda su vida con nosotros. Aprendí a quererla con ese cariño especial que guardamos los hijos únicos que pasamos mucho tiempo solos.
Fue una tarde de domingo en que supe que ya no la vería más. Pidió entrar a la casa, y cumplimentó su rutina favorita: pasó por la cocina y saludó a mamá, fue al dormitorio matrimonial para recostarse unos segundos junto a papá, y se sentó pacientemente a la puerta de mi habitación. Cuando salí, nos sentamos juntitas en el sillón. Me dejó abrazarla, mirarla a los ojos con lágrimas en los míos, y finalmente pidió salir. No llegó a ver la luz del sol del día lunes.
Su enfermedad fue rápida y repentina: en una semana, ya la habíamos perdido. Si bien no nos dimos cuenta, ella sí presintió sus últimos momentos, y fue por eso que quiso compartirlos con nosotros. Sabía que la recordaríamos toda la vida. Quizá haya sido por la costumbre de vernos, de pedir entrar, ya que hay quienes afirman que los animales no sienten. Pero esas personas nunca sintieron el cariño emanando de los ojos de Diana, esa tarde de domingo, sobre un sillón gris.
11 comentarios:
ME vas a hacer llorar Lin, recuerdo a mis amigos perros que murieron, sin duda, son mas queribles que los humanos...
oh, qué triste. yo también tenía una ovejero alemán (laika) muy bonita. cuando tenía cuatro años me atacó en la cabeza, un ojo y los brazos y me mandó al hospital. igual, la recuerdo con mucho cariño (y temor indescriptible).
Me parece que no está bueno (muy buena frase; es muy bueno decir que está y que no está bueno) llorar por lo inevitable, es decir, por el pasado. Recordemos mejor a las mascotas como a ellas les hubiese gustado que las recordemos.
Vayamos al caso puntual de la foto de Diana. Está sobre una cama. La mascota en la cama. Buena combinación (nadie piense pelotudeces). El lugar de la mascota es lo que aquí está en cuestión. La cama es el lugar más íntimo (más limpio) de la casa. Si la mascota sube a la cama es porque puede subir a cualquiera lado al que su dueño tenga acceso (a los palcos del Colón, no). Una mascota sin restricciones se nota que fue Diana. Debió haber tenido una vida feliz.
Me queda una sola duda que no sé si me va a dejar dormir esta noche: Quiero pensar que al Tito no lo discriminaban en esa casa... Hubiese sido muy injusto.
P.D.: Por lo menos una frazada para los días frios. Cómo mínimo.
Don Nadie: Realmente, creo que la mayoría de oportunidades lo son... Al menos se dejan querer con más facilidad, y suelen ser más peluditos y blandos.
Yo: Admirable que, más allá de ese incidente, recuerde a los canes con cariño. No suele pasar: la gente opta por generalizar -siempre- y si ha tenido un incidente de esa clase, directamente no tiene más en cuenta a estos animalitos.
Diego: Férrimo defensor del Tito, ¿eh? Bueno, le cuento, el Tito no llegó a convivir con Diana III, aunque sí lo hizo con la previa, Diana II. Por motivos físicos, no podía acceder a la cama (no sé si la perra lo hacía, yo era muy chiquita). Sin embargo me cuentan que sí entraba a la cocina y era una odisea tratar de sacarlo... Y espero que Diana III haya tenido una vida feliz. Es lo mínimo que tendría que darle. Eso sí, ¿por qué al Colón no la puedo llevar???
No pudo haber llevado a Diana III a los palcos del Colón porque no creo que el fantasma de Miguel Cané se lo hubiese permitido. Él, que hablaba de Buenos Aires como si fuese el patio de su casa, imagino que tomaba al Colón como su habitación en suite con cajita de música en la mesa de luz.
yo tuve dos tortugas y un hamster, y peces. Pero no recuerdo su muerte, haberla visto. Ahora tengo a mi gato Totó, que es chiquito, y nos vamos haciendo amigos.
Muy graciso, lo de "Tito" en la cocina Lin...
conde, yo ví morir a un par de hamsters y a un cobayo y realmente estiran la pata. primero la sacuden, y después la estiran. y sospecho que una tortuga muerta no debe diferenciarse mucho de una viva.
Diego: Ah, bueno, si Miguel no quiere... ¿sabe que cuando tocaba la guitarra, ella cantaba?
Conde: ¿Totó? Como mi primo... Yo también tuve dos hamsters, pero eran a medias con una amiga, en la primaria. Nuestras madres no querían que tuviéramos, entonces, decíamos que eran de la otra.
Don Nadie: a mamá mucha gracia no le causaba...
Yo: ¿En serio mueren así? Pobrecitos!! Yo no vi a los míos morir, ni siquiera vi sus cuerpecitos. Encima los dos murieron en casa. Eso sí, al gris, que era más gordito, yo lo apretaba y apretaba hasta que gritaba. Y a la blanquita, me la metía en la boca... Era un poco cruel, me parece...
Hablo de algo alegre: me iba de vacaciones a un lugar en la costa de Buenos Aires, que nadie conoce, y teníamos un petiso que insistía en meterse adentro de la casa, y se instalaba en el medio del comedor (que por cierto era bastante pequeño). No había forma de hacerlo salir, excepto por la puerta trasera y tentándolo con un caminito de azúcar. Si no, se nos quedaba a dormir ahí, el atorrante!
yo al primero lo enterré y a los otros dos los tiré al tacho.
el gordito habrá muerto de hemorragias internas. y lo de la blanquita es un poco cruel y un poco asqueroso también.
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