No son mozos ni camareros. No están para servirte; ni vos, para que ellos trabajen. Cuando te sentás en la mesa del bar -o bodegón- en que ellos están, los molestás. Por eso apenas te hablan, te pasan el trapo húmedo por la mesa, y te preguntan con sequedad qué querés. O ni te preguntan: miran inquisitivamente.
Los mozaicos tienen una vestimenta distintiva: pantalón negro, camisa blanca, zapatos negros y, sí o sí, moñito. Hace años que están en el negocio y saben llevar bandejas con suma maestría, pero prefieren tirarte el plato y obligarte a condimentar. Si sos mujer y vas en pareja, ni se te ocurra dirigirle la palabra: sólo el hombre pide. Y aunque el billete se lo des vos, el vuelto irá a tu acompañante.
Y por más enojo que te dé, al terminar la estadía, no vas a poder resistirte a dejarle una buena propina.
1 comentario:
Muy buenos los mozaicos y muy bueno también el texto que los contiene. Ese núcleo que Ud supo captar en este post merece un desarrollo mayor. Tal vez terminé siendo una novela urbana.
Saludos
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