12.9.08

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No es culpa de clase lo que me provoca esta angustia. No es tampoco una falsa conciencia ni un pobre sentido de solidaridad desde el patético lugar del que está mejor y tiene más y por eso quiere ayudar -un poco- al que menos tiene. No, no creo que sea nada de eso. Creo que debe ser una tremenda impotencia por no poder variar una realidad, por no poder hacer nada más que escuchar y sonreír -un poco-.

Y a la vuelta el humor es necesario, sumamente necesario. Porque si no es imposible seguir.

Podría resumirse en la impotencia de ver, oír, oler y sentir. Ver el desierto, las pieles ajadas, los dientes destrozados por el hambre y la contaminación. De oír la manera en que se desarrolla la explotación del hombre por el hombre no ya desde la voz perdida de un librito fotocopiado sino desde la voz de quien es explotado pero, claro, ¿qué herramienta teórica tiene para saberlo? De oler los humos de la industria -vitivinícola, frigorífica, qué más da- fermentándose en las acequias donde no, ya no, se puede beber el agua. De sentir en la propia piel la tierra pegándose, el viento golpeando, el clima seco ajando uñas y labios.

Y la impotencia es, justamente, saber que no va a poder haber cambios en esta vida y quizá tampoco en otra. Saber que el propio lugar no es tan mezquino pero tampoco es tan importante.

Y más allá de todo, en algún momento, hay que volver. Pero por más frío y duro que uno se piense, por más humor -negro- que uno aplique, sépanlo, la vuelta nunca es igual.

2 comentarios:

Catalina tenía la rutina... dijo...

Experiencias que te cambian el panorama para siempre. Imborrables. Y te leo y se me eriza la piel.
Muchas veces me encuentro ante esa dicotomía de sentir bronca e impotencia y hacer algo, aunque mínimo, sintiendo el peso de haber calmado mi culpa burguesa.
Igualmente creo que siempre es mejor hacer. Si no creemos que podemos hacer algún aporte para un cambio no tendría sentido nada, supongo.
Besos Dany!!

Silvio Astier dijo...

Ling: usted se perdió la cena a la que fuimos invitados el viernes por la noche. Una finca con piletas (ojo, el plural es correcto), fuentes, palmeras iluminadas, hectáreas de viñas, canchita de fútbol 5 con tribunita, cuatriciclo 0km estrenado esa misma noche, y una casa gigantesca!

Un asco.

Esa noche pensé que luego de un mes de visitar a los explotados, terminar en la mesa del explotador era un mal fin; pero aprender lo que uno no quiere para sí y saber quienes son los que se pillan por un lujo innoble, no tiene precio.

El Gato me acompaño a pasar el mal trago nocturno.

¡QUE MAL LA ESTOY PASANDO! fue la frase de la noche.