Kafka, con su inmensa habilidad para expresar sentimiento angustiantes, ya lo sabía: pocas cosas hay tan terroríficas como un tribunal. Pocas cosas que puedan equipararse a la desazón de caminar esos pasillos desolados, con escritorios esporádicos, con gente que viene y va sin mirarse siquiera, abrazando eternos papeles, con eternas firmas, que sólo sirven para ser olvidados en cajas y cajas de pura y precisa nada. Porque eso sólo interesa al imputado. Y a la víctima. Y quizá a sus allegados. Y punto.
Pero en un juicio intervienen muchas más cosas (no se preocupen: no voy a hablar de la formación de la verdad en el discurso jurídico: no me da el cuero). Intervienen más personas. ¿Qué pasa si uno es el típico "cara de testigo" que pasó una mañana perdida de otoño por un lugar en que se realizaba un allanamiento? ¿Qué hace esa persona si un policía se acerca a él, lo mira, le dice: "Vení, nene", desoye sus explicaciones y lo hace presenciar el lugar del delito? Nada... solamente puede callarse y asistir al accionar de la ley. Y olvidarse. Hasta que, por supuesto, otra mañana pero de febrero, cuando ya se ha olvidado del hecho, llega una citación: presentarse a juicio para oficiar de testigo, justo en medio de las esperadas vacaciones en Entre Ríos. El testigo maldice para sus adentros, pero se siente ciudadano (¿o tiene miedo a lo que la ley le depara si no cumple con sus obligaciones?). Se siente ciudadano, pero sabe que el pasaje ya lo tiene. Pide ayuda. Se la dan, y acude con su amiga a los Tribunales: la Ley debe poder excusarlo. No estará en la ciudad.
Pero la Ley se escuda en señores que se resguardan tras escritorios. En señores que acuden a frases tales como: "por un momento de ocio no podés rehuir el llamado de la Justicia". Esos señores no tomarán el papel en que nuestro testigo pide una prórroga para presentarse, o quizá excusarse del juicio, ya que sólo fue un momento insignificante lo que vivió y no serviría de nada su presencia. El desconocimiento de la Ley lleva al testigo y a su amiga a llamar un abogado. Los lleva a volver a insistir ante el señor. Los lleva a hablar con el fiscal. Los lleva a esperar 20 minutos viendo cómo otros dos señores rompen papeles monótamente sin percatarse de su presencia en la puerta. Los lleva.
Y las influencias son influencias. O la insistencia siempre gana. Pero fue así como el secretario del fiscal acompaña a las dos ahora víctimas de una burocracia que les es ajena, y así es como el señor detrás del mostrador pasa a ser un señor que abre la puerta y toma el escrito. Así de fácil (no sin protesta y amenazas al testigo que ahora pasó a ser -léase con tonito irónico- un "excelente ciudadano").
Pero bueno, Ling, la burocracia es así. Caminar por los pasillos es el destino. Tocar puertas que no abren es el castigo. Esperar que la policía venga a buscarte para que cumplas tu obligación: el premio.
4 comentarios:
Bien, Ling: el objetivo "angustie a su lector" fue alcanzado satisfactoriamente.
Además de hacerme recordar una situación particularmente molesta por la que tuve que pasar a los 18 años cuando un agente de la 25ra. me "invitó" a salir de testigo a causa de la sustracción de una estufa de tiro balanceado en un restaurante de la calle Serrano mientras tomaba mis datos personales exigiendo en voz alta "¿Domicilio?" y el acusado, con cara de verdadero fascineroso me gritaba "¿vos no viste nada, pibe?"...
Qué grato momento Kodak...
Creo que éste blog para que rompa definitivamente con cualquier filiación con la vida burocrática que pudiera haber heredado de forma inconsciente necesita aumentar el tamaño de sus caracteres. Todo en letra chica se presta a malas interpretaciones.
Diego
¡Ay, Ling! Estoy tan harta pero harta en serio (nada de metáforas) de la burocracia en que se vive y tan pero tan agotada de golpear puertas y más puertas y nadie te quiere recibir... Es la triste y lamentable realidad. :-((
¿Qué hago yo a estas horas de la madrugada deprimiéndome aún más de lo que ya estoy? Lo único que se me ocurre es gritar: ¡Por favor, paren el mundo que me quiero bajar! :-)
Si no le ponemos un poco de humor a la cosa, no se qué será de nosotros.
Un saludo.
Sandra
http://lamagiaescrita.bitacoras.com
Mi plan ha quedado al descubierto: si me angustio, vamos a angustiar a todos los demás. Si uso lentes, vamos a hacer que todos usen. Cosas de la burocracia, ¿vio?
Publicar un comentario